A veces esperando

por Pablo Werner

La suma de oportunidades no tomadas en consideración por distintos motivos en la vida de una persona pueden llevar a que acabe su vida, que es lo mismo que decir, las conexiones no hechas en el momento adecuado pueden determinar la vida de una persona.
Claro, todo esto si la persona se deja llevar.
¿Es acaso la vida aquel fraude a la que otras personas les gusta llamar destino?
Si una persona aprovecha todas sus oportunidades, ¿esas oportunidades fueron aprovechadas por esa persona?
¿Ó resulta que debía darse de tal manera todas las decisiones de esa persona para que aprovechara esas oportunidades?
Con esto quiero decir que si en algún momento de su vida elegía caminar por Rivadavia en vez de ir por Corrientes todo hubiese cambiado.
Quizás las personas estamos destinadas a tener un destino. Es fácil perderse en las inconsistencias de la vida. Pero es más difícil aún ser alguien que piensa en esas inconsistencias.
A veces me encuentro pensando. Todo el día pensando en todos los escenarios posibles que se me puedan ocurrir. A veces, solo a veces, maldigo el pensamiento.
¿Por qué estoy destinado a pensar?
Me gustaría ser una persona que jamás haya pensado las cosas que he pensado. En ciertos momentos el pensamiento no es tu mejor amigo; el mejor amigo es un perro. A veces estás pensando

                    y pensando

                            y pensando

                                       y pensando

                                                y pensando

                                                         y pensando,

y cuando te das cuenta que estás pensando, todas las cosas ya no tienen el mismo sentido.
Nada puede tener el mismo sentido si lo pensaste. Y si pensaste estás listo.
A veces me gustaría volver el tiempo atrás y no haber hecho las cosas que hice. Pero si pudiera olvidar sería lo mismo. Por eso, a veces me gustaría poder olvidar las cosas que hice. Mejor aún, a veces me gustaría no poder recordar las cosas que hice. Porque el olvido siempre puede volver. Pero es mejor no recordar.
Si todas las cosas de tu pasado vuelven para atormentarte, y se es capaz de pensar en ellas, ¿cómo sigue uno su camino?
Es decir, uno tiene una mochila en la espalda y la carga, y la carga, por tanto tiempo que esa mochila se convierte en algo propio. El pasado es de todas las acciones que se han hecho en
la vida. Y cada nueva acción se va sumando. Y pensar es una acción, una acción tan pesada que a veces torna la carga insoportable.
Maldigo el día en el que aprendí a reflexionar sobre mis acciones. Ó maldigo el día en el que tomé mis decisiones. Mejor aún, maldigo no poder aprender de las decisiones que he tomado. Me queda maldecir, pues no me ha quedado nada. No puedo pensar en otra cosa, porque esta es mi manera de pensar. Y mientras otros juegan un juego que yo quiero, yo me quedo mirando desde afuera. Es feo ver desde afuera cuando en algún momento se supo que se podía estar adentro.
Entonces empezás a caminar

                                                       y caminar

                                                               y caminar.

Y mientras vas caminando vas pensando, a menos que escuches música y te distraigas. Pero en algún momento te volves a dar cuenta que estabas pensando y la música ya no te distrae. Ni los ruidos de los coches te distraen.
Y cruzas la calle de manera automática, y haces todo en piloto automático, porque estás pensando. Y pensar utiliza la mayor parte de tu cuerpo.
Pensar: ojalá nunca hubiera pensado en pensar.
¿Si alguien me enseñó a pensar?
No lo sé. Pienso en mí de esta manera, y no me gusta.
¿Si alguien me quisiera enseñar a pensar de otra manera?
No lo sé; soy algo terco para cambiar. A veces tenemos combinaciones extrañas.