El origen de las especies

El origen de las especies

por Santiago Martínez Cartier

ilustración por Michelle Senderowitsch

Dicen que un día comenzó el mundo, pero antes de comenzar, tuvo que existir.

Francisco Gillian, solitariamente en su oscuro sótano, había terminado de ensamblar el proyecto que le había llevado más de la mitad de su vida: una máquina del tiempo.

El sueño de toda criatura viviente, gobernar al continuo espaciotemporal. Pasar a controlar a aquel cruel dictador que se encargó de regir todo el Universo. Dominar la abstracción, vencer la prisión del Eterno Retorno.

Gillian no pensaba en ninguna de todas estas cosas. Gillian era un cerrajero que había conocido a un extraño en un bar, quién le había entregado un plano con varias instrucciones al margen. Al parecer el extraño era un agente del Gobierno al que, con un par de tragos de más, se le había soltado la lengua y se había empecinado en mostrarle a Gillian los planos de la susodicha máquina para probar su autenticidad. Hasta un niño podría construirla, le había dicho éste. Dio la casualidad que, por el estacionamiento donde el agente le mostraba los planos a Gillian, también deambulaba un novio despechado y borracho. También dio la casualidad que el agente se parecía físicamente a un ex de la pareja de tal novio. El novio tenía un revolver con una sola bala; sólo eso bastó.

Gillian despertó al otro día en su cama junto a su esposa, y en el escritorio del dormitorio yacían los planos de una máquina del tiempo. Gracias al bendito alcohol, el cerrajero no recordaba nada de la noche anterior, pero tomó el hecho como una señal divina. Gillian era religioso. Por esas cuestiones azarosas de la vida, Gillian sí recordaba que lo que debía construir era una máquina del tiempo. Soy el próximo Moisés, pensó Gillian. Quiso decir Noé.

Le llevó muchísimo tiempo, dinero y esfuerzo, pero finalmente lo consiguió. Francisco Gillian, ciudadano de clase media-baja del conurbano bonaerense, había construido su propia máquina del tiempo. Cuando hubo terminado llamó a su esposa Marta, que nunca estuvo muy convencida del asunto, pero por darle el gusto a su testarudo marido repartía cumplidos artificiales por doquier. El aparato era una caja de madera balsa de dos metros por dos metros. Adentro tenía una serie de circuitos y pequeñas pantallas color verde digital. Gillian invitó a su esposa a pasar. Le dijo que ahora podían ir a dónde quisieran; no sabía que en realidad la palabra adecuada era cuando. Gillian mentía desde la intención, ya que no sabía cómo utilizar la máquina, no había instrucciones sobre ello. El cerrajero apretó un par de botones al azar, luego accionó la palanca principal y esperó.

Un fuerte sacudón de apenas unos segundos; luego silencio. Gillian, suavemente y con gran expectativa, abrió la puerta. Ante la incrédula mirada de ambos, se encontraban ahora frente a la nada. Gillian no sabía que al no haber especificado una fecha de llegada, el aparato había viajado al origen de todo. De repente sintieron un nuevo sacudón que los tumbó al suelo de la máquina, desde donde contemplaron la creación del Universo. Un haz de luz celestial rompió con la oscuridad y arrojó de un latigazo todo lo que alguna vez existió a su sitio permanente. Millones de años se sucedieron en un segundo. Bajo el aparato, comenzaba a aparecer la Tierra. Flotando en caída, aterrizaron en un claro en medio de un gran bosque recién creado. La pareja, todavía sin poder reaccionar ante lo previamente visto, no tuvo mejor idea que salir a caminar por aquellos nuevos parajes misteriosos.

Seguro estámos en Misiones, pensó Gillian. El cerrajero nunca había ido a Misiones. El cerrajero no sabía que se encontraba en el Origen de los Tiempos.

Luego de su paseo se perderían y nunca volverían a encontrar la máquina. La pareja se quedó a vivir allí, y así fue como la humanidad nació del futuro. Engendraron un puñado de niños, que luego engendró más y más y más, y así fue…

Francisco y Marta Gillian eran analfabetos, por lo que no pudieron enseñar a sus hijos a leer y a escribir.

Por el constante incesto, la raza devolucionó. Perdieron el idioma para transformarlo en gruñidos. Perdieron las pocas costumbres que tenían. Perdieron el poder de la razón para poder sobrevivir en aquel mundo hostil. Así fue como la raza humana dejó de existir, para luego, con el tiempo, volver a hacerlo.

Sí, Adán y Eva fueron argentinos.

Sí, el mundo actual existe gracias a un novio despechado que asesinó por error a un agente del Gobierno, que así le pasó la posta a un humilde cerrajero de Avellaneda para que todo pudiera ocurrir.

¿Fue ese novio despechado Dios?

¿No seremos todos Dios?

¿No seré yo?

¿No serás vos?

¿Qué importa?